Todavía no queda del todo claro por qué la gente se siente peor si el trayecto es para un lado o para el otro. En fechas recientes varios científicos desarrollaron un modelo que imita las células especiales del cuerpo que llevan la cuenta del tiempo, con el que pretenden ofrecer una explicación matemática de por qué viajar de oeste a este se siente mucho peor, y dar las pistas de cómo lograr recuperarse del terrible jet lag, en un lapso menor.
Los expertos dicen que en lo profundo del cerebro, en el hipotálamo (arriba del cruce de los nervios ópticos), el reloj interno lleva el tiempo; cada 24 horas –minutos más, minutos menos– 20 mil células especiales que marcan el paso y habitan esta zona (conocida como el núcleo supraquiasmático), se sincronizan y mandan señales a todo el cuerpo sobre si es de día o de noche. Saben cuál señal enviar porque reciben información de la luminosidad en el ambiente: la luz significa despertar y la oscuridad, dormir.
El asunto se complica cuando se viaja a través de varias zonas horarias. De Nueva York a Moscú las células circadianas (así se llaman) se confunden; el cuerpo se siente atontado porque busca el tiempo y no puede encontrarlo. El resultado se traduce como desfase horario.
Los relojes internos de los humanos son un poco lentos, y si a ese hecho se le agregan pistas confusas sobre la luz –como sucede al atravesar varias zonas horarias–, las células responsables claman por un día más largo, así lo explica Michelle Girvan, física de la Universidad de Marylan, que trabajó en el modelo en cuestión.
“Todo esto se debe a que el reloj interno del cuerpo tiene un periodo natural un poco más largo que 24 horas, lo que significa que le es más fácil viajar hacia el oeste y alargar el día, que ir hacia el este y acortarlo”, asevera la especialista.
El desfase horario puede resolverse al hacer coincidir el reloj interno con el del lugar de destino tan pronto como sea posible. Los investigadores construyeron un modelo que toma en cuenta todas las células circadianas, la sensibilidad a la luz, el brillo, las zonas horarias múltiples y los –no tan confiables– relojes internos de las personas, y confían que constituya una forma sencilla de explicar cómo un cuerpo podría recobrarse de un desfase horario.
Entender, en resumen, cómo las células circadianas tratan de sincronizarse con distintas señales de luz (la del sol, la artificial o la pálida de un día nublado), cuando se llega a distintas zonas horarias que estén a tres, seis, nueve y doce horas de distancia, ya sea al este o al oeste.
El modelo confirma lo que ya se tenía por cierto: es más fácil recuperarse cuando se viaja al oeste que al este, y que volar a través de más zonas horarias a veces es más fácil que hacerlo a través de menos.
Por ejemplo, toma más o menos ocho días recuperarse de un viaje hacia el oeste a través de nueve zonas horarias, si uno no hace nada para combatir el desfase. Si se cruza la misma cantidad de zonas horarias hacia el este, la recuperación tomará más de trece días, de acuerdo con el modelo, y es peor que si se vuela de un tirón alrededor del mundo, cruzando doce zonas horarias –la distancia aproximada de Nueva York a Japón–.
¿Poco claro? El cuerpo también se siente confundido; las células hacen su mejor esfuerzo para ajustarse a nuevas señales de luz en distintos lugares, pero no siempre lo consiguen.// Newsweek en Español
0 Comentarios